Sunday, March 26, 2006

Capítulo 13

Hay gente que se ha dado cuenta que no he escrito acerca de mi vida hace, ya, bastante tiempo. A la inmensa mayoría le importa un pepino. De eso se puede sacar una buena conclusión: siempre hay más gente a la que le das lo mismo. Hagas lo que hagas. A menos de que seas como Jesús o Los Beatles. Por eso es bueno sembrar y cultivar buenas amistades, aun cuando sean pocas. Yo tengo buenos amigos, quizás no muchos, pero cada vez que podemos nos decimos que nos queremos y que nada sería igual si el otro no estuviera. En realidad eso pasa cuando estamos con algunas copas de más. Creo que no podría catalogar a uno como el mejor de mis amigos, son varios los mejores y queridos de distintas formas. A veces pienso que he querido más a mis amigos que a las novias que he tenido. De hecho las pololas han pasado y mis camaradas aun están.

Hace unas semanas que estoy de vuelta en Santiago y no fue tan terrible volver a oler el humo de las micros y sentirme como sardina al aceite cada vez que ando en Metro por las mañanas. A la universidad llegaron “Neófitos”, en otros lados son “Mechones”, “Pichones”, “Novatos” o “Cachorros”, lo importante es saber que son los alumnos que aterrizan al primer año universitario. Me dio un poco lo mismo. Me dejó bajoneado que las nuevas alumnas no fueran las modelos de revista veraniega que idealicé. En realidad estaban todas bastante mal. Ninguna como la Cata, que ahora tiene una de esas trenzas que se arman en las playas de moda y el cuerpo más moreno de lo que yo hubiera podido imaginar.

Mis vacaciones terminaron, y de Ámbar supe poco. Sé que ahora estudia para llegar a ser actriz, pero no tengo idea adónde. Pienso más de lo que debiera en ella. Y eso que sé bien que no es para mí. Ella es de esas mujeres con las que a uno se le enreda la lengua al momento de saludarlas. Me acuerdo de su olor a perfume caro, de su pera, de sus ojos. Me acuerdo de cuando nos quedamos mirando los ojos con cara de estúpidos, tratando de decirnos algo sin, siquiera, abrir la boca. A veces cuesta demasiado sacarse de la cabeza a algunas mujeres, normalmente cuesta olvidar a las que más hacen sufrir. Debe ser algún decreto de la Ley de Murphy. Me gustaría recordar siempre a mi primera polola, la Nico, ella se moría por mí y yo siempre me sentí como Rock Star. Me aburrió que me quisiera tanto, me aburrió que fuera tan tierna y tan perfecta. A veces no hace bien tanto amor, llega a caer mal. Hay veces en que uno agradecería ver una mala cara al momento de decir: Hola. Lo tan perfecto deja de serlo cuando empieza a volverse normalidad. Eso lo inventé ahora y suena a guión de película de Tarantino.

-
¡Benja! ¡Te eché tanto de menos! Me acordé demasiado de ti en el verano.
- Ehh. Hola Cata. ¿Me echaste de menos? Tú a Mí. No te creo.
- En serio. En la playa había un tipo que hablaba igual a ti, pero era mucho más reventado. Se llamaba Matías, Matías Vicuña.
- Bien cuico el nombre. Perdonando lo presente.
(Silencio)
- ¿Dónde estuviste? -Pregunté
- Me fui a Pucón todo el verano. ¿hai ido alguna vez para allá?
- Emmm... Sí, alguna vez fui, cuando chico.

¡Mierda!, pensé. Primera vez en mi vida que no me voy con mi mamá a Pucón y siento que es la única vez que desearía, realmente, haber estado allá. ¿Por qué no llamé a la Cata? Ni siquiera me acordé de ella en todo el verano. Pero ahora, la veo y la sigo sintiendo como el angelito que le cielo me tiene presupuestado.
Algo me pasa. Me pongo a pensar y me doy cuenta que debo tener algún problema con esto del amor: me cuesta poco empezar a idealizar una mujer, pero es imposible imaginarme con alguna en una verdadera relación sentimental. Soy medio robot para enamorarme. Algo así es lo que dicen los Babasónicos, por lo menos.

“Con el tiempo fui aprendiendo a ser Robot. Era programable en cuestiones del amor...” Yegua. Los Baba.




Sunday, March 12, 2006

Capítulo 12

No es que yo sea un conservador exacerbado, ni que jamás haya sido infiel, pero que la Ámbar tenga un novio hace más de dos años, me hace pensar en ella como una especie de Fruto del Deseo Prohibido o como una mujer intocable. Pese a esto, me cuesta más de lo que debiera sacármela de la cabeza por los días y, sobre todo, por las noches. Ella no es el tipo de mujer que a mi me gusta, por lo menos el tipo de mujer que no me gustaba. Ni chicas a la moda, ni mozas que la gran mayoría de coyotes encuentra apetecibles, son las damas con las que he tenido algo intenso, o no tan intenso, pero algo al fin. Ella es todo lo contrario: alta, delgada, casi morena y de ojos verdes. Una mujer prototipo. Ámbar tiene aquello que no es visible por fuera, algo que se entiende mirando sus ojos o escuchando su voz. Algo que, quizás, entiendo sólo yo. Algo que me gusta, que me llama la atención, que ha hecho quedarme junto a ella hasta altas horas de la madrugada, escuchando sus tonteras y riéndonos hasta que nuestras guatas no dan más.

Llevamos poco más de una semana durmiendo en el Camping del Tata. Lo que menos tenemos son comodidades. El baño es lo más asqueroso que he visto desde ese retrete en donde tuve un encuentro cercano del tercer tipo con aquella fémina de la Santo Tomás. La Chica y el Guatón se dieron unos besos y ahora no se hablan mucho. El Pera se agarró una penquista que anda veraneando por estos lados junto con su mamá. Ella tiene más tetas que ganas de vivir. Y ganas de vivir, por lo que entiendo, le sobran. Le dije al Pera que prefiero un bonito trasero a un par de senos con porte de Pushing Balls. Me encantan las pechugas inmensas, antes que los traseros bien formados, es como que te guste una moto de velocidad antes que una 4x4 –me respondió el Pera, mientras sellaba su saco de dormir. Me quedé pensando en eso un rato, pero no pude encontrar una explicación. Creo que esa noche me dormí buscando una respuesta a las sabias palabras del Pera.


Suele Suceder

- ¿Dónde está tu pololo?
- En la cabaña. No quiere salir hoy. Él te odia. –Me dice Ámbar, mientras se ordena el pelo con las dos manos.
- ¡Me odia! Pero ¿yo qué le hice?
- Me dijo que contigo me pongo rara, que cuando estoy contigo no soy igual, que no lo pesco.
- Celoso.
- Fastidioso, a veces.
- Disculpa... yo no quería...
- No. Discúlpame tú. Yo fui la que no pudo manejar esto...
- ¿Manejar qué?
- Creo que se entiende...
- Creo... –Dije, quitando mi mirada de su cara y mandándola al ocaso más naranjo del que tenga recuerdo.

Estábamos solos mirando como el mar se comía al sol por enésima vez. No la abracé. No la miré con cara de final de teleserie. No le tomé la mano. No le dije una palabra que fuera una especie Jaque Mate. No la traté de besar. Pero todo eso se me pasó por la mente en un segundo. Nos paramos, la fui a dejar. Nos despedimos con un beso en la mejilla sin pronunciar una palabra. Él me vio y no recuerdo haber sentido odio semejante alguna otra vez.