Monday, December 29, 2008

Benjamín despierta un día


Benjamín salió con la idea de cambiarse el nombre. Eso fue lo que pensó. Ahora se llamaría Pablo o Hernán. O el nombre que fuera. No quería llamarse Benjamín, lo encontraba de pendejo cuico, de mono animado, de muñeco de plasticina. El único nombre que le gustaba era Ámbar. Si pudiera se llamaría Ámbar. Le sonaba a frutos secos o a manjar. Si el manjar de los dulces que venden en el Castaño tuviera nombre se llamaría Ámbar.

Hernán, o Pablo, salió de su casa y no había nada. Hasta los autos se habían ido. Los edificios estaban vacíos. No había rastro de gente alguna, ni de los personajes que adornan esta historia. El Pera no estaba. No era necesario ir a buscar a nadie.

Benjamín despierta. Es tercera vez que sueña que en el mundo no hay nadie más que él. Sueña con que sale corriendo a buscar a Ámbar porque es la única persona que le importa de verdad. Que la busca y se pone a llorar porque no alcanzó a explicarle de una forma medianamente inteligente el amor que sentía por ella. Aunque ella a veces le gritara o se pelearan en público. O auque ella infinitas veces le había advertido que deseaba sentirse deseada y amada. O amada y deseada. Que necesitaba que se preocuparan un poco más por ella. Y Benjamín a veces amanecía con los ojos llorosos. De todo esto, es la tercera vez que pasa casi exactamente igual. Aunque si pasa exactamente igual da exactamente igual. Lo importante es que pasa. Y lo importante, aunque no tan importante, es que hay algunas personas que dicen que tienen la cualidad de leer los sueños o de interpretarlos.

Benjamín se despierta y se seca los ojos. Se saca unas lagañas y las hace pelotitas para poder despegarlas de sus dedos. Se mira al espejo y odia su nombre en voz alta. Inconscientemente se despeina más de lo despeinado que está.
Prende su computador.
Revisa su e-mail y se avergüenza de tener una cuenta en Facebook que le llena de mensajes no deseados de amigos que no son amigos. Pero igual lo tiene actualizado, a pesar que alguna vez pensó que jamás lo tendría. Lo bueno es que se da cuenta que no le es necesario.
O quizás no se da cuenta.
Mira las fotos de sus amigos. No hay ninguna nueva. Nadie ha escrito nada nuevo.

Benjamín o Pablo o Jesús o Andrés o Hernán mira la ventana. Entra un leve rayo de luz. Corre la cortina que alguna vez fue blanca. El sol le pega en la cara y le hace achicar los ojos. Logra acostumbrarlos en un par de segundos. No ve a nadie, no hay ningún sonido.