Monday, January 23, 2006

Capítulo 7


Ayer tuve prueba de redacción y me saqué un cuatro. La Catita un seis-cinco. Lo que menos nos preguntaron fueron los tópicos de las ideas –que me los sabía de memoria-, la razón de mi baja nota fue por eso de las raíces latinas, en donde me equivoqué mucho más de lo que hubiera imaginado, bueno, en realidad no hice más que intentar achuntarle a los significados (Bellum significa guerra y no bello ni belleza, por ejemplo). La Cata me retó porque no había estudiado mucho, y yo acepté sus palabras alteradas como cuando un niño escucha a su mamá que lo increpa porque no hizo las tareas del colegio. La diferencia es que yo cada vez que veo a la Cata pongo cara de enamorado, por lo menos eso me dicen mis compañeros, yo les digo que no se pasen rollos, “La Cata no es mi estilo, no es mi tipo” repito como loro, pero nadie me cree, ni yo tampoco.

Después de la prueba –y del reto de la Cata- nos fuimos a tomar unas cervezas con algunos de mis compañeros. El lugar escogido fue un bar escondido que queda en el Barrio Universitario cerca de República, no me acuerdo cómo se llama. Entramos y parecía un típico restorán familiar de medio pelo, con mesas bonitas y manteles rojos –impecables- debajo de unas aceptables alcuzas con aceite y vinagre. Detrás de las mesitas bonitas estaba el sucucho que destacó por no tener nada más que unas cuantas mesas blancas rayadas y amontonadas en una esquina. No había nada más que mesas y sillas colegiales en muy (¡muy!) mal estado. El ambiente estaba muerto, éramos sólo nosotros, no más de ocho hombres con ganas de tomar. Al poco andar, y después de armar una especie de mesa familiar tuvimos un golpe de suerte, ese que siempre llega y uno nunca se lo explica; llegaron de pronto y sin aviso al mismo lugar roñoso cinco chicas de nuestra edad y se sentaron cerca de nuestra mesa. Apoyados por las dos rondas de Escudos que habíamos tomado, logramos hacer buenas migas con las muchachas y entramos en onda inmediatamente. Venían de la Santo Tomás y estudiaban algo que tenía que ver con Biología, creo.

El Horacio y el Rubén se engancharon a las más ricas de inmediato, siempre lo hacen, tienen esa cuestión que les gusta a las minas de primera, esa pinta media cuiquita y entradora, tipo jugador de rugby del Stade Francais. Yo me quedé conversando con Claudia; tenía dieciocho y, cómo era de esperar, su primer año en la universidad, pero lo más importante era que tenía el mismo nombre que mi profesora del preu, mi amor platónico. A medida que pasaron las horas y las cervezas, conversamos más de lo que jamás hubiera apostado con esta nueva conocida-desconocida, nos reímos bastante y algo empezó a pasar: el ambiente se ponía un poco caliente –no sé si por efecto de las Escudos o de los Reegaetones que habíamos programado en el wurlitzer- pero yo me estaba empezando a entusiasmar con mi nueva amiga. El sucucho estaba colmado de gente y se había convertido en un excelente lugar para relajarse de día. Con la Claudia nos levantamos y nos pusimos a bailar al ritmo de Daddy Yankee. Entre tanto el Rubén y el Horacio ya se habían perdido qué rato con las chicas lindas.


Reflexión

Es bien caliente el regaeetón, los movimientos logran despertar a cualquiera. De hecho el “perreo”, cómo se le dice a los pasos ocupados en este baile centroamericano, deriva del movimiento que existe en el apareamiento de los perros. Así que decir: “perriemos”, es equivalente a decir:“follemos”. ¿O no?






En el sucucho

La Claudia es de esas que tienen su no sé qué, no es guapetona de team de Reñaca, pero uno igual la miraría en la calle. Ambos estábamos semi-borrachos. “Necesito ir al baño, no te vayas” me dijo con una mirada demasiado provocadora. Algo me decía que tenía que acompañarla. El baño era inmenso y mal cuidado. No nos soltamos de la mano, me metí con ella al desastroso retrete y nos comenzamos a besar delante de otra pareja de lesbianas que estaba haciendo lo mismo. La subí al lavamanos con las piernas abiertas y le mordí su oreja derecha. Cinco minutos después estábamos en un w.c, ella sobre mí, ambos con los pantalones abajo, saqué un condón de mi bolsillo (siempre listo), y me vi simplemente teniendo sexo porque sí. Sexo en el baño, ese que se cuenta, ese que es necesario. Terminado el acto, salimos de la casetita y nos lavamos las manos de la forma más normal. A mí lado estaban haciendo lo mismo el Horacio y el Rubén con sus respetivas conquistas, nos miramos, nos reímos, ninguna palabra fue necesaria, simplemente una risa medio borracha. Después de un rato volvimos a tomar más cervezas con nuestros compañeros de universidad, ya no estábamos de la mano con la Claudia. La calentura había pasado. No volvimos a hablar en toda la tarde. No intercambiamos teléfonos, ni supe si estaba pololeando o no. Hace dos semanas que no la veo y ojalá no me la tope en un buen tiempo más. Simplemente fue y TÁN-TÁN.


21:38 hrs.

- Aló, ¿Pera?
- Sí, hola hueón. ¿Qué se cuenta?
- Ni te imaginai. Voy para tu casa y te digo.
- Listo, te espero. Tengo un ron
- ¿Del bueno o del sin marca?
- Cacique
- En diez minutos estoy en tu casa.




1 comment:

valeria said...

leí los siete capítulos y me gustaron bastante...
escribes bien...
saludos